13 de noviembre de 2010

Relato Erótico: Un guiño a la luna.


Tengo escritos algunos relatos eróticos y he decidido pornerlos aquí. ¿Por qué no? Un relato erótico puede ser enriquecedor para compartirlo en pareja.
Eva se cansó de ser una esposa que llenaba sus largas y tediosas horas con ensueños y fantasías que sólo practicaba en solitario para calmar toda la sexualidad que desparramaba por cada poro de su piel. Siempre en el balcón teniendo por confidente a la luna.
En su afán de ser esposa se olvidó de ser la compañera, la amante.
Dejó de ser esposa y dejó de esperar el regreso de su fatigado marido tras largas horas de "cenas y reuniones de negocios".
Salió al mundo y el mundo la llevó a retroceder en el tiempo. La dejó sólo unos instantes antes de convertirse esposa.
Entonces, se sintió de nuevo la mujer fuerte, poderosa y sensual. Lo que ella siempre había sido y retomó las riendas de su vida. Volvió a ser ella misma.

Regresó una tarde a casa y subió a su habitación. Se vistió como antes lo hacía y salió al balcón y habló con su confidente la luna y la Luna con un guiño la lleno de fuerza, energía y la bañó de sensualidad.
Su marido dejo la copa que tomaba en la mesa y subió al dormitorio para arreglarse. Tenía su habitual cena de “negocios”.
Cuando abrió la puerta del dormitorio se encontró con una escena que dejo paralizado cada músculo de su cuerpo.
Ella estaba allí, con los brazos extendidos separando las cortinas. Frente al poderoso brillo de una luna llena que dejaba entrever una silueta perfecta tras su vaporoso y translucido vestido que se mecía sutilmente por la brisa de la noche.
Sintió la presencia de él pero no se inmutó. Seguía mirando a la luna, sintiendo el aire en su cara. Sintiéndose a cada segundo más fuerte y poderosa que nunca.
El se acerco despacio notando como su bello se electrizaba a cada paso. En silencio separó el cabello de su cuello y ella notó como se le humedecía con su aliento. Pero no se movió.
Respiraba hondo mientras las manos de él acariciaban y recorrían sus brazos hasta llegar a las manos y desprendérselas de las cortinas.
La giro lentamente hacia él y ella sumisa se dejo llevar siempre con los ojos cerrados y su cabeza baja.
Estaba empezando su juego y el calor que comenzaba a sentir en su cuerpo hizo emanar un aroma a perfume penetrante, envolvente.
El la miraba atónito, como si fuera la primera vez que la veía. Casi con miedo, la atrajo hacia sí y bajo despacio la cremallera de su vestido que se detuvo en las caderas porque los brazos de ella seguían pegados a su cuerpo adrede y adrede, detuvo la caída del vestido.
El la separó y miró sus pechos aún tersos y sus pezones erectos delataban el deseo contenido.
La separó los besó mientras sus manos se adentraron por los laterales abiertos del vestido y palpó unos muslos calientes y sedosos. Quiso seguir llegar hasta su sexo pero ella lo detuvo. Se separó de él y entonces, por primera vez, lo miró a la cara.
Su mirada sumisa había desaparecido para convertirse en una profunda mirada que lo desconcertó. Dejo caer su vestido, lo apartó con sus altos zapatos de tacones y con una mano lo fue empujando hacia la cama sentándolo sobre ella. Y tomó las riendas.
Desabrochó lentamente cada botón mientras una sonrisa de triunfo aparecía en su cara tras ver como en la entrepierna el bulto crecía más y más. Al retirarle la camisa, dejo que sus pezones rozaran su pecho y su boca casi rozaba la suya.
El quiso besarla pero ella lo apartó, lo tumbó en la cama desabrochándole el pantalón.
Se sentó en el suelo y le quito los zapatos. Alzó una de sus piernas y comenzó a lamerle los dedos de los píes a chupárselos como si del pene se tratara. El jadeaba cada vez con más fuerza.
Dejó las piernas en la cama y le obligó y le quitó los pantalones. Su cuerpo quedó desnudo y mientras, veía como ella dejaba caer el vestido al suelo y levantaba su moldeada pierna para terminar clavándole el tacón en el vientre.
Sentía daño, un daño que aumentaba su deseo al contemplar su sexo húmedo y brillante.
Ella comenzó a masturbarse despacio, saboreando cada segundo de placer y lo miraba con los ojos y la boca entreabiertos.
El quiso incorporarse pero, en ese momento ella se dejo caer encima. Y quiso abrazarla, besarla, pero ella suavemente lo paro. Levantó sus brazos mientras iba acariciándolos. Sus pechos rozo su pecho y el buscaba desesperadamente su boca y su miembro deseaba hundirse en su sexo. De repente noto un tejido suave que envolvía sus muñecas. Quiso decir algo pero ella le puso los labios en su boca hasta conseguir dejarlo atado por las muñecas en uno de los barrotes de cama.
Se quedó por un momento atónito. Aquella no era su mujer. ¿Qué estaba pasando? Estaba sumido en una amalgama de sensaciones: miedo, desconcierto y deseo. Deseo que pudo con el resto de las sensaciones y se dejo llevar.
Mientras ella acariciaba su pelo, besaba sus ojos su boca y su cuello con otro pañuelo le vendó los ojos y se apartó.
Se sentó en sus muslos frotando de forma voluptuosa su sexo. Mientras lo hacía tomó una taza de chocolate y vertió parte sobre su miembro y fue lamiéndolo, comiéndoselo calmándole así su ansia por sentir su boca. Después dejo caer el chocolate por sus pezones y le dio de comer a él.
A el le parecía estar viviendo un sueño del que no quería despertar. Pero despertó cuando notó la punta de un frío acero recorriéndole desde el pecho pasándole por el vientre, Parecía que en cualquier momento iba a clavárselo.
Ella estaba cada vez caliente y quería correrse. Tiro el cuchillo al suelo y fue deslizando su sexo por todo el cuerpo hasta ponerlo en la boca. Cómemelo le dijo con tono imperante.
El no paró de pasar su lengua hasta que notó el orgasmo de ella en su boca. Le pidió a gritos que lo follara, ya no podía más.
Se sentó sobre él y comenzó a cabalgarlo con su sexo aun palpitando. Mientras lo montaba, lo desató de la cama. Ella se apartó y se tiró boca arriba en la cama y le dijo. Ahora lléname la boca de leche. Obedeció y estalló en su boca y en su cara toda su descarga.
Cayó exhausto en la cama. Ella se levantó y volvió al balcón a refrescarse con la brisa de la noche.
Al momento, oyó como se levantaba, llamaba por teléfono. Sólo le oyó decir: Esta noche no hay cena. No más cenas.
Miró hacia el cielo y le hizo un guiño a la luna.

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