12 de octubre de 2010

Nuestra salud y el aceite de oliva


La recomendación actual de la Asociación Americana del Corazón (AHA, por sus siglas en inglés) marca una pauta muy sencilla: hay que sustituir las grasas saturadas (que provienen de los animales) por las grasas monoinsaturadas o poliinsaturadas (aceites vegetales como el de oliva) para mantener la salud del corazón.

Precisamente, se considera que son las grasas monoinsaturadas del aceite de oliva las que ayudan a disminuir las lipoproteínas de baja densidad, comúnmente llamadas “colesterol malo” (transportan el colesterol desde la sangre hasta las paredes de las arterias y las tapan).



Además, no aumentan los triglicéridos y dejan igual o aumentan las lipoproteínas de alta densidad, conocidas como “colesterol bueno” (transportan el colesterol desde los tejidos periféricos o las arterias hasta el hígado para ser usado o expulsado).

Ahora bien, el aceite de oliva se extrae de los frutos del olivo (las aceitunas) y existen dos tipos:

1. El aceite de oliva extra virgen, que es el que se obtiene por medios únicamente mecánicos y en frío.

2. El aceite de oliva de consumo más frecuente, que es una mezcla de aceite de oliva virgen (20-25%) y de aceite de oliva refinado (75-80%), siendo el refinado aquel que se obtiene mediante métodos físico-químicos.

Lo anterior es importante ya que el aceite de oliva extra virgen, al estar menos procesado, es más rico en vitaminas solubles en grasa como la A, D, K y, especialmente, en vitamina E, que es un poderoso antioxidante.

Los antioxidantes son substancias que pueden ayudar a prevenir el daño de la oxidación causada por los radicales libres, moléculas derivadas de los procesos normales metabólicos y que pueden dañar los tejidos de nuestro cuerpo.

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